El verano en la piscina era especial. Cuando acababan las clases en el colegio tocaba doblar entrenamiento. Entrenes por la mañana y por la tarde.
Te levantabas pronto, desayunabas y caminito de la piscina. Llegábamos un poco pronto sólo para hablar de las películas o series que habíamos visto a la hora de la cena, "Yo Claudio", "Mis terrores favoritos", etc.
Todos esperábamos ver una pequeña cuartilla de papel donde, escrito con boli, estaba el ENTRENAMIENTO de la mañana. Tu mirada se iba al final de la misma... el total del entrene. The magic number.
Acabábamos todos los metros del menú y el ritual comenzaba. Quitar las corcheras de la piscina. Algunos de nosotros íbamos al final de la piscina, a la parte baja y gritábamos para que alguno nos desenganchara el nudo del otro extremo, quitábamos el gancho y a estirar. La corchera pasaba entre las piernas intentando coger velocidad. Pero de repente.... notabas que la corchera no salía tan deprisa y que a ti te costaba mucho tirar... alzabas la mirada y... algún espabilado/a cogido al otro extremo dejandose arrastrar cómodamente. Dejabas de estirar, pegabas un grito y algunas veces hacían caso y otras no.
El ritual de poner y quitar corcheras era curioso. Según si quitabas, era que habías acabado el entrene, si ponías quería decir que te faltaba un largo y duro entrene por delante.
Había un día especial, eran pocos, pero había un día que no poníamos corcheras para entrenar. Me encantaba entrenar a lo ancho de la piscina, todos en gran grupo y numerados. Sobre todo por que acabábamos con una AUSTRALIANA.
David Argente
Que daño hacían cuando estaban rotas e intentabas impulsarte con ellas y se te clavaban las afiladas aristas de la rueda rota de la corchera.
ResponderEliminarTambien recuerdo a un par de personas que se dedicaban a juntar las corcheras de la calle manualmente y si no te dabas cuenta acababas chocando con el que venia de frente. Si estabas en una calle adyacente veias como la corchera opuesta se deplazaba a cuatro metros de ti.